El fujimorismo ha destruido la figura constitucional de la Presidencia de la República

Cuando Keiko Fujimori perdió por segunda vez la Presidencia de la República ante PPK se mostró tal cual es. Una mujer a la que solo le interesa el poder para salvarse de las investigaciones y castigos penales que le esperan por ser una delincuente que lavó activos para sus campañas, y cobró dinero ilícito de aportantes, no declarados, con el propósito de beneficiarlos con leyes más adelante.

Ya estaba siendo investigada por el Ministerio Público cuando en marzo del 2018 forzó la renuncia del entonces Presidente Kuzcynski, que incluso había indultado a su padre, el asesino Alberto Fujimori, como una rama de olivo entregada para que lo deje gobernar en paz. No le importó oponerse a su propio hermano, que había negociado la liberación en forma ilícita también, y lo destruyó políticamente, enviando a su progenitor nuevamente a la prisión.

Una vez desembarcado PPK de la ecuación, la emprendió contra su sucesor, Martin Vizcarra, a quien consiguió vacar e inhabilitar con argumentos a todas luces infantiles, como el que tuviera como visitante en Palacio a un payaso farandulero, o por investigaciones no concluidas sobre su gestión como presidente regional años antes que fuera Vicepresidente de la República, o porque se vacunó antes que los demás al inicio de la pandemia, tal como hicieron todos los Jefes de Estado del planeta.

El nuevo sucesor, Manuel Merino de Lama, un oscuro parlamentario piurano de Acción Popular, fue un títere suyo durante los seis días que duró su mandato, nombrando en su gabinete a conocidos lamebotas de su nefasta manera de hacer política, anulando una millonaria deuda a una de las empresas más nocivas que tenemos en el país, y ordenando una violenta represión en la capital, cuando más de 50 mil personas exigieron su renuncia, dejando 2 muertos e incontables heridos.

Merino cayó, y el Congreso, a poco de las elecciones generales del 2021, eligió a Francisco Sagasti como su sucesor. Tampoco le gustó. Lo terruqueó, ensayando el libreto que repetiría en la campaña por la Presidencia contra Verónika Mendoza en la primera vuelta, y contra el actual mandatario, Pedro Castillo, en la segunda.

Perder por tercera vez la desquició por completo. Había gastado millones de dólares sucios para por fin ponerse la banda presidencial, había comprado la línea de los más importantes medios de comunicación del país, y les había prometido el oro y el moro al resto, había logrado que un genuflexo Tribunal Constitucional la liberara de la prisión preventiva a tres años que purgaba como adelanto a la sentencia que le espera a tres décadas en la cárcel.

Entonces, como Donald Trump en los Estados Unidos, otro sujeto que no sabe perder, apeló al cuento del fraude. No reconoció los resultados, intentó que la OEA se pronuncie, sin éxito, quiso que se revisaran de nuevo todos los votos para anularlos con un millonario staff de los más caros estudios de abogados del país, y hasta el asesor de su padre, el condenado Vladimiro Montesinos reapareció para intentar comprar desde su prisión en la Base Naval, por millones de dólares al Jurado Nacional de Elecciones y así evitar la proclamación del legítimo ganador.

Desde el primer día de este gobierno, y antes incluso, su bancada y la de sus aliados en Avanza País, Renovación Popular, han tenido como vocera a la presidenta del Congreso, Maria del Carmen Alva, racista a más no poder, una mezcla de Martha Chávez con Lourdes Flores Nano, ambicionando la banda presidencial, y experta en no proponer más debate que vacancias, encarpetando los varios proyectos de ley propuestos por el Poder Ejecutivo, y por las bancadas progresistas que, al final, ganaron las elecciones para cumplir con las promesas que hicieron, como sucede en todas las democracias del mundo.

Algunos me preguntan porqué defiendo a Pedro Castillo, si se ha evidenciado como un mandatario incapaz y mal rodeado. Y cuando la pregunta ha venido en buen tono, he tenido la paciencia de responderla en iguales términos, y hasta jocosamente. Pero cuando se viene a la casa de uno a insultarlo, a etiquetarlo de castiburro, de comunista, de terrorista, simplemente expectoro al ofensor u ofensora, y dejo que navegue en el éter hasta la mismísima… cueva fétida de donde salió.

El que suscribe cumple este 2022 cuarenta años de ejercicio honesto del periodismo, como analista político. Algo he aprendido en ese tiempo como para dejarme atarantar por gente sin ninguna formación, y que solo usa las redes para provocar.

No defiendo, lo he dicho muchas veces, a Pedro Castillo como persona. No me gusta su balbuceo, su falta de preparación, su ausencia de don de mando, su entorno, varias de las decisiones que toma, su sombrero de campaña.

Pero, yo, que no voto por encuestas sino tras una análisis propio de la coyuntura, no solo de Lima sino de todo el país, y revisando los antecedentes de los candidatos, puesto en segunda vuelta ante la disyuntiva de elegir a un maestro rural sin ningún antecedente judicial, con un programa reivindicativo para las grandes mayorías, y una delincuente comprobada que movió todos los hilos para que «a la tercera fuera la vencida» y librarse de la cárcel para perpetuarse en el poder como su padre, decidí por lo primero, pues.

Y eso no me convierte en comunista, ni terrorista, ni en ignorante. Y no acepto esos calificativos, menos de contactos en esta red social, mucho menos de personas a las que considero, o consideré, mis amigos (as).

El presidente de la República ha sido elegido por 5 años, nos guste o no, nos sintamos representados por él o no, y eso está consagrado en la Constitución que los fujimoristas y sus aliados defienden con uñas y dientes. Y para destituirlo hay un procedimiento, del que no se puede hacer uso y abuso cada mes por idioteces. De lo contario, si hay evidencias, se le denuncia si ha cometido algún delito, el Ministerio Público verá si procede, e iniciará una investigación, cuya acusación, de darse, se hará cuando termine su mandato, es decir en el 2026. Que es lo mismo que debió pasar en el caso de Kuczynski y, dado que este al final renunció por la presión, de Vizcarra.

El gran daño que Keiko Fujimori y los (las) obsecuentes seguidores (as) de su causa le han hecho al país, es desaparecer del imaginario popular la figura constitucional de la Presidencia de la República. La ha asesinado. Ya no existe. Según ella, y los obnubilados empresarios, medios de comunicación, congresistas, magistrados del TC y gente de a pie con el cerebro lavado por una maquinaria noticiosa desinformativa adrede, se puede cambiar de Presidente de la República por quítame estas pajas, cuando quieran y por lo que quieran.

Y eso no es democracia ni gobernabilidad, que es lo que defiendo y defenderé hasta el fin de mis días, no a una persona en particular. Si quieren modificar la Constitución en lo que les conviene, como han anunciado, ya, un proyecto de reforma para bajar a 78 los votos necesarios para vacar a un Jefe de Estado, háganlo bien. Que se convoque a una Asamblea Constituyente, ganen sus curules en ella, presenten gente decente a ocuparlas, y en diálogo con las otras fuerzas que tendrán representación también allí, redacten una nueva Carta Magna, más acorde a nuestros tiempos, y pensando en el país, no en el beneficio propio y de los grandes conglomerados que financian las campañas, como la que nos rige desde 1993.

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